La camioneta se detuvo con suavidad frente a la imponente entrada principal del Hotel Central, un edificio que parecía fundirse entre la historia y la modernidad con una elegancia inconfundible. La fachada, adornada con grandes ventanales de cristal y molduras clásicas, reflejaba la luz dorada del amanecer. Aquel lugar era más que un simple hotel: era un símbolo de la sofisticación y el prestigio de Veracruz, un escenario habitual para encuentros de negocios y decisiones que podían cambiar destinos.
Un botones, impecablemente vestido con el uniforme negro y blanco del establecimiento, se adelantó con rapidez y profesionalismo para abrir la puerta trasera de la camioneta. Su postura era perfecta, sus movimientos calculados para no perturbar el ambiente de solemnidad que se respiraba. Los ojos del botones se posaron instantáneamente en la figura que emergió del vehículo: Yago Castillo, el nombre que evocaba respeto, poder y una influencia casi imponente en los círculos más altos de la c