El agua tibia había obrado su magia. Al salir de la regadera, Nant se sintió revitalizada. El cansancio del viaje, la tensión acumulada desde su llegada y la incomodidad del entorno desconocido se habían disipado en parte, aunque la preocupación por Yago seguía latente, aferrada a ella como una sombra persistente. Se envolvió en una toalla suave, agradecida por el momento de calma y por la claridad mental que traía consigo.
Su primera acción fue buscar el teléfono. Necesitaba asegurarse de que su madre no estuviera preocupada. Encendió la pantalla y marcó el número que sabía de memoria. Clara respondió al instante, con la voz cargada de alivio.
—¡Nant! Hija, ¿ya llegaste? —preguntó con ansiedad palpable.
—Sí, mamá, ya estoy en el departamento de Yago —respondió ella, dejando que una sonrisa aliviada se le escapara—. Perdóname por no haberte avisado antes, con todo el ajetreo del vuelo y la llegada se me pasó por completo.
—No te preocupes, mi amor —dijo Clara, su tono suavizándose—. Y