Al descender las escaleras, el reconfortante aroma a manzanilla y galletas recién horneadas se hizo más intenso, guiando a Nant hacia la cocina. Sin embargo, al llegar al último escalón, se dio cuenta de que Albert no estaba en la barra preparando el té. En cambio, lo encontró de pie junto a la puerta principal, una postura atenta que la hizo detenerse. La luz tenue del recibidor se filtraba por la abertura de la puerta, indicando que estaba entreabierta.
Nant no tardó en intuir la razón. La posición de Albert, su ligera tensión, la puerta... Significaba solo una cosa: Yago estaba a solo unos pasos de llegar. La noticia, tan esperada y temida a la vez, le revolvió el estómago. Se había preparado mentalmente para este momento, pero la inmediatez la tomó por sorpresa.
Albert, con su habitual discreción, percibió la presencia de Nant. Se giró ligeramente, su mirada serena encontrándose con la de ella.
—Señorita Nant —dijo Albert en voz baja, con un tono casi confidencial, como si no quis