La pregunta de Nant sobre el paradero de Yago flotó en el aire, cargada de una urgencia que Albert, a pesar de su profesionalismo, no pudo ignorar. La seriedad de la joven, su inesperada madurez, lo había impresionado. No era la típica prometida que se desmayaría ante un escándalo; era alguien que buscaba respuestas y soluciones.
—Tengo entendido que el señor Yago está en su oficina, señorita Nant —contestó Albert, su voz manteniendo la calma habitual, aunque con un matiz de preocupación genuina por su empleador—. No ha salido de allí desde que la noticia estalló. Ha estado en constantes llamadas, intentando controlar la situación. Pero el que debe saber con exactitud su ubicación y estado actual es el señor Carlos, el chofer personal del señor Yago. Permítame marcarle. Él debe estar regresando ahora mismo después de dejarlo en el aeropuerto.
Albert sacó un teléfono discreto de su bolsillo y comenzó a marcar, pero antes de que pudiera hacerlo, una nueva preocupación se apoderó de Nant