La noticia del escándalo de CIRSA y Yago, con Belem como la voz acusadora, había golpeado a Nant y a su familia con la fuerza de un huracán. En la sala de su casa en Puebla, el televisor seguía proyectando imágenes de Yago y los titulares sensacionalistas, mientras la voz de Belem, ahora familiar y repulsiva, resonaba en el aire. Clara, con el rostro endurecido por la preocupación, observaba a su hija. Había visto la palidez en el rostro de Nant, la forma en que sus manos temblaban ligeramente al escuchar las acusaciones más íntimas. El miedo que había sentido por el mundo de los Castillo se confirmaba de la manera más brutal.
Nant, sin embargo, no se quedó paralizada. La punzada inicial de duda y dolor fue rápidamente reemplazada por una oleada de furia y una determinación inquebrantable. Las palabras de Belem, las insinuaciones sobre la intimidad de Yago, eran un ataque directo no solo a él, sino a la promesa de futuro que ella había empezado a construir en su corazón. La noche ante