El taxi de Nant se detuvo con un chirrido suave frente a la terminal del aeropuerto internacional de Puebla. Apenas había colgado la llamada con su madre, cuyo abrazo aún sentía, un eco de bendición y preocupación. Con el corazón latiéndole a mil por hora, Nant pagó al taxista y bajó, aferrándose a su pequeña maleta con ropa para apenas tres días. Sabía que eso no sería suficiente.
Su mente, ágil y decidida, ya estaba planeando los siguientes pasos. Necesitaba un aliado en el campo de batalla de Yago, alguien discreto y eficiente. Pensó de inmediato en el chofer personal de Yago, un hombre de confianza que lo había servido fielmente por años. Era el más indicado para ayudarla sin levantar sospechas innecesarias.
Con un nudo en el estómago, marcó el número que Yago le había dado hacía meses para emergencias. La llamada se conectó casi de inmediato.
—¿Sí, señorita Nant? —la voz del chofer era respetuosa y un poco sorprendida.
—Hola, soy Nant. Necesito un favor, una emergencia. Estoy a p