El impacto de la noticia en la pantalla gigante de la sala de juntas resonaba como un trueno en los pasillos de CIRSA. El murmullo de los ejecutivos se había transformado en un zumbido de alarma, las caras largas y las miradas de pánico evidenciaban la magnitud del desastre mediático. Pero en medio de ese caos incipiente, Diana Castillo permanecía erguida, una esfinge de calma gélida. La satisfacción que la invadía era casi tangible, una oleada de poder que recorría sus venas. Belem no solo había cumplido su amenaza; había superado las expectativas más optimistas de Diana. La filtración de "conversaciones privadas y muy íntimas, subidas de tono" no era una mera mancha; era una bomba de racimo lanzada directamente al corazón de la reputación de Yago.
Para Diana, aquello era más que un escándalo; era una apertura, una brecha por la que, finalmente, podría empujar a Yago fuera del tablero. Había esperado este momento, había tejido planes y contramedidas para cada posible escenario, pero