Mientras Yago, Nant, Clara y Emilia emprendían el regreso a Puebla, y Nant meditaba sobre las nuevas complejidades de su corazón, a cientos de kilómetros, en la imponente matriz de CIRSA, la atmósfera era diferente. En su oficina de diseño, con vistas panorámicas a la agitada ciudad, Diana Castillo estaba inmersa en sus propios pensamientos, tan intrincados como los patrones de los planos arquitectónicos que adornaban su escritorio.
La cena de hacía un par de noches, en su propia casa con Yago y Ludwig, seguía resonando en su mente. Las palabras de Yago, su aparente vulnerabilidad al confesar los problemas financieros de CIRSA y su petición de apoyo, habían sido un golpe. Diana era astuta. Su mente no dejaba de analizar cada gesto, cada inflexión en la voz de su hijastro. ¿Era Yago realmente tan ingenuo como para revelar información tan sensible a ella y a Ludwig? ¿O era todo un plan con doble propósito? Una estratagema diseñada para bajar la guardia, para manipularlos, para afianzar