La mirada de Aria se clavó en Belém, un eco silencioso de la verdad que ambas entendían. Aria vio el dolor en el rostro de su hermana, la furia en sus ojos y la tristeza en sus labios, una amalgama de emociones que confirmaba lo que había sospechado durante un año. Belém no había superado a su ex. Se había dejado consumir por el odio, había usado a un hombre bueno, a su esposo, para una venganza que ahora se sentía más vacía que nunca. Aria, con una profunda tristeza en su corazón, se dio cuenta de que el juego que Belém había comenzado estaba lejos de terminar. Con esa reflexión, Aria se dio la vuelta y subió las escaleras, dejando a Belém sola en el salón, un espacio que ahora se sentía más como un campo de batalla que como un hogar.
Belém se quedó sola, con el rostro una mezcla de tristeza y furia. El silencio que dejó Aria era pesado, un vacío que la obligó a enfrentarse a sí misma. Se sentó en el sofá, el cuerpo tenso, su mirada fija en los monitores y tabletas que la rodeaban. L