En su casa de Veracruz, Belém se sentía triunfante, una euforia que no era nueva, sino el eco de una victoria conseguida hacía un año y que aún vibraba en cada rincón de su memoria como un perfume que se niega a desvanecerse. El salón donde estaba sentada, amplio, con techos altos y ventanas que dejaban entrar la brisa del golfo, era un legado de su madre, la mujer que le había enseñado la importancia de poseer, de dominar, de no mostrar debilidad jamás. Ese espacio, cargado de recuerdos y silencios, era también un escenario perfecto para revivir una y otra vez la gloria de su venganza.
Aunque frente a ella brillaban varias pantallas con gráficos y velas que subían y bajaban al ritmo frenético de la bolsa, sus ojos no estaban puestos allí. No necesitaba concentrarse demasiado en los movimientos actuales del mercado, porque lo que realmente alimentaba su espíritu era el recuerdo de lo que ya había logrado. Ese pasado cercano, casi palpable, en el que había logrado dar un golpe certero c