La tarde caía sobre la Ciudad de Puebla, y el ajetreo del aeropuerto era un reflejo del caos que se gestaba en la vida de sus ciudadanos. En la sala de espera, el Licenciado King se encontraba de pie, su maleta de mano a su lado. Su vuelo a Veracruz estaba a punto de ser abordado, pero había una última cosa que tenía que hacer, una última llamada que tenía que hacer antes de embarcar. Su rostro, que en la mañana había estado lleno de decepción, ahora era una máscara de fría determinación. La traición, que se había sentido como un puñal en la espalda, se había transformado en una rabia silenciosa y calculada.
En la tranquilidad de su casa en Veracruz, Belém se encontraba en un estado de euforia. Se había pasado la mañana celebrando su victoria, la supuesta victoria. La casa, una herencia de su madre, compartida con su hermana, era su santuario, el lugar donde se sentía segura, lejos de los hombres y de las intrigas de la capital. Estaba convencida de que su plan había triunfado. La fil