El aire en la suite presidencial del hotel se había vuelto un torbellino de sensaciones, cada aliento, cada roce de piel, una nota en una sinfonía de deseo creciente. La mano de Yago, experta y gentil, se movía sobre la intimidad de Nant, sus dedos explorando con una precisión que encendía cada fibra de su ser. Nant, al sentir la mano y los dedos de Yago en su parte íntima, una caricia que era a la vez dulce y provocadora, notó cómo el placer se intensificaba con cada movimiento. La destreza de Yago era tal que, aunque sus dedos se movían con delicadeza, uno que otro dedo entraba y salía suavemente dentro de ella, explorando las profundidades de su ser, abriendo caminos, preparando su cuerpo para la unión inminente. La sensación era exquisita, una mezcla de presión y una humedad creciente que la hacía gemir suavemente, su cuerpo arqueándose en respuesta.
En esa vorágine de sensaciones, Nant no pudo contenerse. Su propio deseo, liberado por la maestría de Yago, la impulsó a actuar. De