Al salir de El Palacio del Sol con el elegante vestido negro, Eunice no pudo contener la oleada de preguntas que burbujeaban en su interior. La súbita y apresurada expedición de compras, la elección de un vestido tan formal, y la mirada seria en el rostro de Joren la tenían intrigada y un poco nerviosa. En la tranquilidad relativa del automóvil de Joren, mientras se alejaban del centro comercial, Eunice se volvió hacia él.
Con una voz tierna, llena de una curiosidad mezclada con una pizca de aprensión, le preguntó:
—Joren, ¿qué es todo esto? ¿Para qué es este vestido? ¿A dónde vamos a ir?
Joren, al escuchar la suavidad en la voz de Eunice, sintió una oleada de ternura. Se percató de su ligera inquietud, de la inocencia de sus preguntas en contraste con la compleja red de su vida. Respiró hondo, buscando las palabras adecuadas para responderle con la delicadeza que ella merecía, sin alarmarla, pero preparándola para el escenario al que la llevaría. Su mano buscó la de ella y la tomó co