El aire acondicionado del Palacio de Cristal acariciaba la piel como una brisa medida, cargada con el aroma sutil de perfumes caros y mármol pulido. Nant, su madre y su hermana menor caminaban despacio por los pasillos amplios, flanqueadas por vitrinas que brillaban con luces blancas y exactas, como si cada prenda fuera una obra de arte en exhibición. Aquel lugar no era solo un centro comercial: era un santuario del lujo, donde la ropa no solo se vendía, sino que se interpretaba como una declaración de estatus.
Desde que pusieron un pie en el recinto, Nant mantuvo una postura firme, decidida. Sabía lo que estaba buscando. No había tiempo para distracciones, ni para que su hermana menor se detuviera a fotografiar los escaparates de las tiendas de joyería fina ni para que su madre se perdiera en los detalles de las vitrinas. Era el día de la cena con Yago, y necesitaba un vestido de cóctel que dijera exactamente lo que ella no estaba dispuesta a verbalizar: que estaba lista, que era suf