El sonido de la discusión de Clara y Daniel persistía, aunque un poco más bajo, como si la intensidad se hubiera agotado momentáneamente, dejando solo el rescoldo humeante de la amargura. Nant se sentó en el suelo, junto a la puerta del baño donde Emilia se había refugiado. Sabía que las palabras no iban a detener la tormenta, pero necesitaba ofrecer un ancla, una promesa.
—Emilia —dijo Nant, su voz suave pero firme, proyectada a través de la madera—. Sé que esto es horrible. Sé que duele. Pero escúchame bien. Aunque todo se deshaga, yo no me voy a ir. Estaré aquí. Siempre. Para ti.
Un sollozo más débil fue la única respuesta, pero Nant esperó, sintiendo el peso de cada palabra. No era una promesa fácil, especialmente con su propia vida con Yago a punto de dar un giro drástico, pero en ese momento, era la única verdad que podía ofrecer. Su propia desesperación interna era un torbellino, pero la necesidad de proteger a su hermana era un ancla más fuerte.
Justo en ese instante de vulner