La opulenta casa de Ludwig y Diana en el Club Residencial El Refugio, con sus amplios ventanales y jardines meticulosamente cuidados, se había convertido esa noche en un escenario de batalla. El regreso de Ludwig de la junta de CIRSA había sido recibido por una Diana hirviendo de indignación. Excluida de la reunión crucial, sintiéndose despojada de su influencia, su rabia había estado fermentando durante horas. Ludwig, por su parte, había intentado ahogar la humillación de la junta en unas cuantas copas, lo que solo lo hacía más propenso a la irritabilidad.
—¡No puedo creerlo, Ludwig! ¡Simplemente no puedo creer que hayas permitido esto! —explotó Diana, su voz, normalmente controlada, se había agudizado hasta convertirse en un chillido histérico—. ¡Yago te ha humillado! ¡Nos ha despojado de todo el control sobre la matriz! ¡Sobre nuestra empresa! ¡Y tú, como un tonto, se lo entregas en bandeja de plata! ¿Sabes lo que significa esto para Heinz y Joren? ¡Es su herencia!
Ludwig, sentado