La pregunta de Yago, tan directa y con ese toque de burla fraternal, había puesto a Joren y a Eunice de lleno en el centro de atención. El silencio que siguió, solo roto por el murmullo ambiental del restaurante, se estiró apenas unos segundos, pero para Eunice pareció una eternidad. Sin embargo, en lugar de hundirse en la vergüenza, algo cambió en ella. La seguridad que había ganado a lo largo de la noche, producto de su creciente comprensión del mundo Castillo y la tranquilidad que le había infundido la revelación de la "humanidad" de Yago, le dieron el valor para responder con una firmeza que sorprendió incluso a Joren.
Con una voz que se volvió segura de sí misma a medida que las palabras salían, Eunice miró directamente a Yago. Sus ojos, antes ligeramente asustados por la inesperada pregunta, ahora brillaban con una determinación clara y una chispa de inteligencia que Yago no pudo menos que admirar.
—Yo sí voy a dar el reloj —respondió Eunice, con una sonrisa que desafiaba la pic