La cena en el exclusivo restaurante llegaba a su fin de manera casi imperceptible. Los platos vacíos de postre, ahora solo con tenues rastros de chocolate y limón, habían sido retirados con la acostumbrada discreción del personal, y el aroma a café recién hecho comenzaba a impregnar el aire, una invitación a prolongar la velada. La conversación había derivado, de forma natural y bienvenida, hacia temas más ligeros, dejando atrás la carga estratégica y las profundas revelaciones de los negocios de CIRSA. La tensión inicial de la noche se había disipado por completo, reemplazada por una atmósfera de genuina camaradería y calidez entre los cuatro comensales. Nant y Yago compartían miradas cómplices y sonrisas discretas, un reflejo de su creciente intimidad y comprensión mutua. Joren y Eunice, por su parte, se sentían más cómodos y conectados que nunca, su relación floreciendo bajo la atenta, aunque disimulada, mirada de los otros.
Eunice, sumida en sus propios pensamientos, aún procesaba