25

A la mañana siguiente, Miranda y Alec desayunaban solos; el pequeño Edward aún no se había levantado. Miranda no pudo evitar soltar la pregunta que la carcomía.

—Quisiera saber si por casualidad le has dicho a mi madre sobre lo que me ha pasado estos días.

Alec dejó de comer y observó a Miranda, quien parecía ansiosa por saber si le había revelado a Catherine su intento de suicidio.

—¿Se supone que debería decirle para que se preocupe? —replicó él, con un tono sardónico—. Por supuesto que no le dije nada. Si eso te hace sentir tranquila, créeme que ella no lo sabe. No sé si tú se lo dirás en algún momento —agregó, estudiándola.

Ella se aclaró la garganta y continuó comiendo sin responder. Alec hizo lo mismo, pero ya se le estaba haciendo tarde para ir al trabajo. Miró la hora en su lujoso Rolex y se levantó alarmado, sabiendo que llegaría tarde si no se daba prisa.

—Me voy —anunció, y se marchó.

Miranda se quedó allí, permaneciendo en la mesa. Devoró a duras penas lo poco que quedaba
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