Catherine estaba totalmente sorprendida de ver a Miranda en el umbral. Rápidamente se compuso, intentando pasar de la sorpresa a la afectación dramática.
—¡Miranda! ¡No puedo creer que seas tú! ¡Pasa, pasa! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no avisaste? —empezó, intentando tomarla del brazo.
Miranda fue reacia a su toque y no cedió terreno. Entró en la sala, pero mantuvo una distancia prudencial.
—Solo he venido para que veas que estoy bien, Mamá —dijo Miranda, con voz firme, sin rodeos—. Y para pedirte que no hagas nada.
Catherine la miró, ofendida.
—¿"No hacer nada"? ¿De qué hablas, hija? ¡Yo solo quiero apoyarte! He estado preocupada, intentando contactarte...
—Lo sé. Y precisamente por eso estoy aquí. No quiero que vuelvas a llamar a Alec, y no quiero que intentes ir a la mansión ni a la casa de Vera. Deja de hostigar a mi marido. Lo que ha pasado es un asunto que solo nos incumbe a él, a mí y a Edward.
—¿Qué?
Miranda se cruzó de brazos, sintiéndose invencible en esa con