239. RABIETAS QUE MATAN
VICTORIA
Hundía mi cabeza aspirando su aroma salvaje, lamiendo las gotas de sudor, sintiendo el latir de las venas de su cuello bajo mi lengua.
Mis piernas cerradas alrededor de su cintura, mis nalgas se sacudían arriba y abajo mientras disfrutaba de este rapidito salvaje.
Sentía sus garras clavarse en mis caderas y esa lanza gruesa hundirse entre mis pliegues.
Mi mundo entero se estremecía con los rugidos contenidos y animales que se escondían en mi oído.
Las cortinas se movían cada vez con más violencia, las embestidas de Draco penetraban frenéticas.
A duras penas soportaba el gritar de éxtasis.
Lo prohibido, la adrenalina de lo oculto, del sexo en público, siempre es más delicioso y te lleva al orgasmo más rápido.
En medio de nuestro frenesí, mis pupilas nubladas en deseo vieron por la rendija más allá de las pesadas cubiertas.
Una sombra estaba de pie, espiándonos, escuchando nuestros gemidos de placer.
Ya que vino a torturarse ella solita, entonces le daría una vista completa.
Es