De noche en la Mansión de los Winston
El elegante Range Rover negro se detuvo ante las grandes puertas de la Mansión de los Winston. Las puertas metálicas se abrieron con un chirrido, como si reconocieran a quien había llegado. Jaden bajó primero, mostrando su porte alto y con ojos penetrantes. La luz del sol que se ponía se reflejaba en su mandíbula como si fuera la hoja de un cuchillo. Hannah lo seguía de cerca, todavía temblorosa pero caminando más erguida en aquel momento, como si se sintiera segura a su lado.
Las puertas dobles de la mansión se abrieron de par en par.
—¡Hannah!
Donald Winston, vestido con un chaleco a la medida, se abalanzó hacia abajo por los escalones de su mansión. Sus ojos estaban desorbitados y el aliento cortado, como si no hubiera dormido desde que ella desapareció.
Llegó a ella, envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y la agarró como si nunca quisiera soltarla mientras le decía: —Dios mío, estás bien... Pensé que te había perdido.
—Estoy bien,