De vuelta en el Club Imperial, todos los invitados seguían celebrando el cumpleaños de Williams Gravesend, sin saber el caos que se había desatado.
En el centro del lugar estaba Williams, envuelto en un traje de color obsidiana hecho a medida, mientras mostraba una astuta sonrisa, pues él era el anfitrión de multimillonarios, gobernadores y figuras del bajo mundo, los cuales iban vestidos como reyes.
—Ah, senador Lin, has llegado —rió Williams, dando una palmada en la espalda de un hombre—. Pensé que el ataque al corazón que te dio la semana pasada te libraría de tener que comprarme un regalo.
Todos los presentes rieron cortésmente y luego se propuso un brindis. Acto seguido, las copas chocaron y la banda comenzó a tocar una melodía de jazz.
Todo lucía espectacular y Williams era el rey de esa noche. Su hijo, Baron, estaba siendo preparado para sucederlo, ya que su imperio era próspero y sus enemigos estaban callados.
Nada podía salir mal.
Hasta que la puerta se abrió de par en