Vane y Nora se le quedaron viendo a su hija como si se hubiera vuelto loca.
—Selena, ¿de qué demonios estás hablando? —La voz de Nora temblaba de coraje e incredulidad.
—Mamá, no estoy loca —dijo Selena con voz firme y clara—. Sé exactamente lo que hago.
Miró hacia el pasillo, donde Mia estaba parada abrazando con fuerza a su conejo de peluche contra el pecho.
—Ya no es una bebé. Empieza a entender todo. Necesita a su papá. Aunque sea por un tiempo, déjenlo quedarse. Por favor.
Nora quiso responder, pero Vane levantó la mano.
Miró a su hija, luego a Mia, que los observaba con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, demasiado asustada para hablar. Vane exhaló despacio. Se encorvó y miró al suelo en silencio.
Odiaba la idea de dejar que ese hombre se quedara bajo su techo. No se creía ni una palabra de la historia de Jaden y, francamente, no creía que tuviera el carácter para ser un padre. Pero la figura pequeña y temblorosa de Mia le derritió el corazón.
Era solo una niña.
Y Selena.