—No quiero tus explicaciones —la interrumpió—. ¡Lo que quiero es que limpies la mancha que has dejado en esta familia! Permitiste que el vagabundo que te violó volviera a tu vida. ¡Y luego lo enviaste a darle una paliza al señor Raze, uno de nuestros socios más importantes!

—Eso no fue lo que pasó —protestó Selena, pero su voz se quebró bajo el peso del desprecio de su tío.

—Fui yo quien convenció a tu abuelo de no desheredarte. Salvé tu trabajo. Luché por ti cuando el resto de la junta directiva quería echarte. ¿Y así es como me pagas? ¿Revolcándote con una rata callejera?

Elias dio un paso hacia ella, intimidante.

—Eres una vergüenza, Selena. Solo porque ningún hombre quiera casarse contigo no significa que puedas exhibir tu deshonra de esta manera.

A Selena le temblaban las manos a los costados, pero se negó a llorar.

—¿Quieres conservar tu trabajo? —preguntó Elias, con un brillo malicioso en los ojos—. Entonces mañana por la mañana te pondrás de rodillas y le pedirás perdón al seño