El amanecer en Cuarto Creciente trajo consigo un aire de inquietud. Las conversaciones en voz baja entre los miembros de la manada, las miradas de desconfianza y los susurros apenas disimulados no pasaban desapercibidos para Raiden. Como Alfa, su deber era mantener la unidad y fortaleza de su manada, pero esta vez, la amenaza no venía de fuera: el peligro parecía estar germinando dentro de su propia familia.
Raiden estaba sentado en su despacho, con la luz del sol filtrándose por las ventanas de madera. Frente a él estaba el mapa del territorio, marcado con los puntos donde Kael había dejado sus símbolos y mensajes. Dentro de él, Fenrir, su lobo, rugía con inquietud.
Fenrir:
“Esto no es solo una guerra física. Es una guerra psicológica, y estamos perdiendo.”
Raiden apretó los puños, su mirada fija en el mapa.
Raiden (pensando):
“Kael está jugando con nuestras mentes. Quiere que nos fracturemos desde dentro, y lo peor es que está funcionando.”
El último mensaje, “Sangre llama a sangre”