Capítulo Setenta y Siete. Amanecer de lobos
El sol aún no había asomado del todo cuando el patio del castillo se llenó de movimiento.
Guerreros empaquetaban provisiones, reparaban armaduras, cargaban flechas de punta de plata y antorchas bañadas en aceites de protección.
El aire olía a hierro, a magia… y a miedo.
En el centro del patio, Rowan, Kael y Lyra se mantenían juntos. No hablaban mucho. Las palabras sobraban cuando el destino pesaba más que cualquier frase.
Rowan, con el semblante serio, lucía como lo que ahora era: el Rey Alfa legítimo, la fuerza que unía todo.
Kael, a su derecha, estaba más callado que nunca. Pero había en sus ojos un fuego nuevo: no el del odio, sino el de un Beta que había elegido luchar por algo más grande que él mismo.
Lyra, a la izquierda, vestía de negro y plata, como Luna, con la mirada fija en el horizonte. En su pecho latía no solo su propio corazón… sino el de toda la manada.
Ewan apareció detrás de Lyra, cargando dos mochilas y su espada curva col