Capítulo Setenta. El verdadero Alfa.
El rugido de Rowan sacudió los muros del castillo.
El aire se quebró como vidrio, vibrando con una fuerza antigua, más vieja que el propio linaje real.
Frente a todos, Rowan había dejado de ser solo un hombre marcado por el silencio y la culpa.
Su lobo se alzó gigantesco, de pelaje negro azabache, con destellos plateados corriendo por su melena como relámpagos. Sus ojos, de un gris profundo, brillaban con la autoridad salvaje de quien nació para mandar.
Kael se quedó helado. Su propio lobo dorado rugía dentro de él, pero por primera vez no encontró el coraje para atacar.
Porque, aunque era Alfa, algo más antiguo que él se inclinaba ante esa presencia.
Rowan giró su enorme cabeza hacia Lyra. Ella no retrocedió. Sus ojos se encontraron y, sin palabras, ella supo: ese lobo no solo era Rowan. Era el eco de un pasado borrado, un trono nunca reclamado… y una unión que ni el veneno ni el tiempo habían roto por completo.
— — — — — — — — — — — — — — — — — —