5.El eco de la sangre

Capítulo cinco: El eco de la sangre.

La copa rota seguía esparcida en el suelo cuando los guardias irrumpieron en la habitación, alertados por el grito de Maelia. Ella se apartó, temblando, con las manos manchadas de vino y miedo. Dos lobos tomaron a Kael por los brazos, lo acomodaron sobre el lecho real y llamaron al herbolario del castillo. Pero ni sus hierbas, ni sus ungüentos, ni los rezos sordos de las criadas sirvieron de nada.

El Alfa no despertaba.

En cuestión de horas el castillo se convirtió en una fortaleza silenciosa. La voz de Kael, antes temida y respetada, fue reemplazada por rumores que se colaban por las grietas como viento helado.

Algunos decían que lo habían envenenado.

Otros, que estaba maldito por haber roto su vínculo sagrado con la Luna destinada.

Unos pocos, los más antiguos, murmuraban que los lazos rotos siempre buscan su revancha. Y que el alma de un Alfa no puede vivir a medias.

Rowan no se separó de su lado. Vigilaba día y noche, repeliendo a los curiosos y los intrigantes por igual. Ni siquiera Maelia podía entrar sin su permiso.

—Esto no fue una fiebre —le dijo a Lysandra una noche, tras cerrar las puertas de la sala del Alfa—. Esto es magia.

—¿Insinúas que mi nieta…?

—Digo que alguien quiere verlo caer. Y que no será una infusión de tomillo lo que lo salve.

Lysandra no respondió. Observó el rostro inmóvil de Kael desde la sombra de la puerta, y por primera vez en muchos años, su voz se quebró:

—No podemos perderlo.

Fue entonces cuando un joven sanador, casi un aprendiz, se atrevió a sugerirlo:

—Tal vez haya alguien que sepa. He escuchado de boca de los aldeanos que una sanadora muy poderosa vive en el bosque y hacer verdaderos milagros —comentó el joven con la certeza de que aquella muchacha a la que comparaban con una ninfa del bosque sería la solución—. Dicen que es hija de la anciana Morgana.

—¿Morgana la bruja? —Lysandra saltó de pronto, al tiempo que se le helaba la piel. Hacia años que no escuchaba ese nombre. Después de que la bruja la ayudara a terminar con la vida de Serena, la misma Lysandra me había dado dinero y tierras para que se apartara de la manada. Nadie nunca podría saber lo que había hecho.

—Sí, señora —respondió el joven.

—Pues no hay nada más que hablar —intervino Rowan, desesperado por curar a su hermano—. Que vayan por esa sanadora ahora mismo.

Nadie discutió la propuesta y de inmediato un grupo de emisarios fueron enviados con urgencia.

Lyra estaba recogiendo leña a unos metros de la cabaña. Se sentía mareada, pero había insistido en ayudar. No le gustaba sentirse inútil, ni siquiera cuando Ewan le pedía que descansara.

No vio llegar a los hombres.

Cinco figuras vestidas con capas oscuras, cubiertos hasta el rostro, rompieron la barrera mágica que protegía el bosque usando una reliquia antigua. Se movieron con rapidez, precisión. Ella apenas alcanzó a girarse cuando la primera mano se cerró sobre su brazo.

—¡¿Quiénes son ustedes?! —alcanzó a gritar.

Uno de ellos le mostró un medallón que brilló al tocar su piel. En ese momento, todos supieron la verdad.

—Es ella —dijo el encapuchado—. La sanadora del bosque.

—¡Suéltame! ¡¿Qué quieren?!

La respuesta fue un trapo empapado en algo dulce y metálico que le cubrió la boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus piernas temblaron.

Y todo se volvió negro.

Liam estaba en el claro, jugando con palitos y piedras cerca del río, donde Ewan lo había llevado esa tarde para buscar raíces. El agua cantaba entre las rocas, y el sol se colaba entre las ramas de los árboles, haciendo brillar la escarcha.

—¡Mira, Ewan! ¡Parece un dragón! —gritó Liam, levantando una raíz torcida con entusiasmo.

Ewan sonrió con paciencia, agachándose para examinarla.

—Un dragón dormido, tal vez. Vamos a guardarla. Ya tenemos suficientes por hoy, regresemos.

Ewan echó un vistazo al cielo: aún era temprano, pero las nubes empezaban a agolparse sobre las copas de los árboles. Tomó la mano de Liam, y ambos emprendieron el regreso hacia la cabaña donde Lyra los esperaba.

Pero cuando llegaron, algo estaba mal.

Muy mal.

La puerta de la cabaña estaba abierta de par en par, golpeando suavemente con el viento. Dentro, todo estaba desordenado: el cuaderno de Lyra en el suelo, la manta a medio caer del sofá, la taza de té rota junto a la chimenea.

—¿Mamá? —llamó Liam, su voz sonó más pequeña de lo habitual.

No hubo respuesta.

Ewan lo empujó suavemente detrás de él y entró primero, los sentidos alerta, la mano cerca del cuchillo que siempre llevaba al cinto. Caminó hasta el dormitorio, hasta la cocina, revisó los alrededores. Nada.

Lyra no estaba.

Y no se había ido por voluntad propia.

Ewan cerró la puerta de la cabaña con fuerza y se giró hacia Liam, que lo miraba con los ojos enormes.

—¿Dónde está mamá?

Ewan se arrodilló frente a él, tomándole los hombros con cuidado.

—No lo sé, pequeño. Pero voy a buscarla. Te lo prometo.

—¿Se fue sin avisar?

—No… No se fue sola.

Liam bajó la cabeza y apretó los puños. Tenía ganas de llorar, pero no quería hacerlo frente a Ewan. Su pecho dolía, como cuando tuvo fiebre y no podía respirar bien.

—Yo la vi anoche. Me cantó una canción —murmuró—. No puede haberse ido…

Ewan tragó saliva. Sabía lo que eso significaba. Sabía lo que había sentido esa mañana cuando cruzaron la barrera: la energía estaba rota, como si algo oscuro la hubiera atravesado sin dejar huella.

Se levantó y tomó su capa.

—Voy a ir con Morgana. Ella sabrá qué hacer.

—¿Y yo?

—Tú vendrás conmigo.

Morgana estaba esperándolos. No dijo cómo lo sabía. Cuando vio el rostro de Ewan, entendió lo que había pasado antes de que él hablara.

—Se la llevaron.

—Sí —respondió Ewan—. Rompieron tu hechizo. Usaron algo poderoso.

Morgana asintió lentamente. Se volvió hacia Liam, que la observaba con una mezcla de miedo y esperanza.

—Abuela —el niño la abrazó con cariño—. ¿Tú puedes encontrar a mi mamá?

La bruja se agachó hasta quedar a su altura. Le tocó suavemente el mentón.

—Sí. Y voy a hacerlo. La encontraremos, cariño mío. No te preocupes.

En el corazón del castillo, Lyra avanzaba entre pasillos de piedra y tapices antiguos. Dos soldados la escoltaban, murmurando entre ellos.

—Dicen que el Alfa nunca tocó a su esposa… Que su cuerpo rechaza todo calor…

—Quizás la Luna que murió lo debilitó.

—¿Y qué pasa con la dinastía Alfa de la manada? Y si el rey muere, ¿Quién ocupará su lugar?

Lyra no los escuchaba. Desde que entró al castillo, una presión sorda le cerraba la garganta. Todo le resultaba vagamente familiar. Como si caminara por un sueño mal recordado.

La llevaron hasta una puerta doble de madera tallada. Uno de los guardias la abrió. La luz cálida del interior le acarició el rostro.

—Adelante.

La habitación era más grande de lo que había imaginado. El fuego crepitaba en la chimenea, pero el frío que sintió no venía del clima. Estaba en su pecho. En sus huesos.

Kael yacía en la cama, inmóvil. Su rostro estaba pálido, cubierto de un sudor casi invisible. La respiración era regular, pero su esencia… su fuerza… parecía haberse desvanecido.

Lyra se acercó lentamente.

Y entonces, como si algo dentro de ella reconociera ese cuerpo antes que su mente, cayó de rodillas junto a él.

—Tú… —susurró.

Una mano cálida tomó la suya. Rowan.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó, con la voz rota—. Eres… una sanadora poderosa, ¿verdad?

Ella no respondió. Porque en ese momento, algo vibró dentro de ella. Un zumbido antiguo, una energía que no comprendía. Puso la mano sobre el pecho de Kael.

Un latido. Débil… pero ahí.

En su mente, un campo de flores blancas. Un grito. Y una promesa.

—Rey Alfa… —dijo—. Despierte.

Y por un segundo, solo uno, los dedos del Alfa se movieron.

Entonces, Kael murmuró entre sueños.

—No… no te vayas… Serena…

Lyra contuvo el aliento.

Ese nombre. Ese maldito nombre.

Se inclinó, temblorosa, y colocó su mano sobre la de él. Kael pareció calmarse al instante, como si su piel reconociera ese contacto.

—Estás bien… —susurró Lyra, sin saber de dónde nacía esa ternura.

Kael bebió sin resistencia la infusión que lo sumía en un sueño profundo. Y entonces solo de esa manera pudo dormir en paz.

A la mañana siguiente, Kael abrió los ojos con claridad renovada. Pidió agua. Preguntó por los informes del consejo. Quiso levantarse, aunque su cuerpo aún no lo permitía.

Cuando Lysandra escuchó la noticia, una sonrisa satisfecha le torció los labios.

—Quiero ver a esa chica. En persona. Si ella ha logrado lo que otros no… entonces merece una recompensa.

Pero Morgana ya había llegado. Y al escuchar esa intención, su sangre se congeló.

Lysandra no podía verla de cerca.

No podía arriesgarse a que reconociera a Lyra por quien realmente era.

Porque si lo hacía… no solo el pasado volvería a la vida. También lo haría el fuego, la venganza y la caída del trono.

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