Capítulo cuarenta y cinco. No pude alejarme.
Kael salió del círculo ancestral con el rostro en sombras, los músculos tensos y la rabia contenida como un volcán a punto de estallar. El eco de la sentencia retumbaba en sus oídos, la inocencia declarada de Lysandra era un golpe directo a su autoridad y a la seguridad de la manada y ahora esto de Maelia.
En el pasillo que llevaba a sus aposentos, se detuvo un instante, cerró los ojos y respiró hondo. La lluvia aún persistía fuera del castillo, golpeando las ventanas con un ritmo irregular, como si el cielo también compartiera su tormento.
—¿Cómo pude caer en su trampa…? —se preguntó, apretando los puños hasta que las uñas se clavaron en la palma—. ¿Qué clase de rey Alfa soy?
Apenas unos pasos más adelante, la voz firme de Morgana cortó el silencio.
—Kael —llamó ella, acercándose con pasos decididos—. No podemos bajar la guardia. Lysandra es libre, pero no está limpia.
Kael la miró, su mirada era un torbellino de frustración y cansancio.
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