Capítulo treinta y uno. Lo que arde en silencio
El amanecer teñía las ventanas del castillo con una luz opaca y azulada. En la habitación de piedra donde Lyra dormía con su hijo, la calma era solo una ilusión. Ella despertó con los nervios crispados, su pecho agitado por la pesadilla recurrente de una voz en el bosque, el nombre Serena susurrado por la bruma.
A su lado, Liam murmuró su nombre.
—Mamá...
Ella giró de inmediato, acariciando su cabello.
—Estoy aquí, mi amor.
—La escuché otra vez… —dijo él con los ojos aún cerrados—. La mujer que grita en los árboles.
Lyra sintió cómo se le erizaba la piel. No era la primera vez que Liam hablaba de esa figura. Y lo peor era que ella también la había oído.
Antes de poder responderle, la puerta se abrió sin previo aviso.
Maelia apareció, vestida de blanco con ribetes plateados que parecían acentuar aún más la frialdad de sus gestos. Portaba una bandeja de desayuno y una sonrisa tan controlada que se sentía como un insulto.
—El Alfa desea que