Capítulo veintitrés: El precio de los secretos
La primera luz del amanecer atravesó los ventanales del castillo, tiñendo de oro las piedras antiguas. Pero la calidez del sol no alcanzaba a derretir la helada que se extendía en los pasillos como una advertencia.
Lysandra ya estaba despierta.
Sentada frente a su tocador, con las manos enguantadas y la espalda rígida, hablaba con Maelia como una reina que da una orden irrevocable.
—Tienes que hacerlo —dijo, sin mirarla—. Esta noche. No más juegos ni excusas. Tu destino es dar un heredero al trono. Uno que yo pueda controlar antes de que esa intrusa arruine todo lo que he construido.
Maelia, aún en camisón, palideció.
—Pero él no me quiere, abuela.
—Los hombres no tienen que querer. Tienen que obedecer. Usa lo que tienes. Entra a su cama, bébelo si es necesario. Pero una vez embarazada, nadie te moverá de su lado.
La joven tragó saliva. Sabía que oponerse a Lysandra era inútil… y peligroso.
—¿Y si Lyra…?
—No es ella. Es Serena.