La pregunta de Selena hizo que el ceño de Eduardo se frunciera profundamente. El mismo Mateo no había imaginado que esas palabras saldrían de la boca de Selena. Pensó que ella mencionaría una cifra con una larga fila de ceros detrás, pero claramente estaba equivocado.
Mateo se contuvo para no reír. No sabía hacia quién debía dirigir esa risa: hacia sí mismo, por haber pensado que Selena era tan codiciosa como la familia Santoro, o hacia los Santoro, que al final habían sido derrotados por una joven de sangre fría que ahora observaba toda la casa con una mirada llena de desprecio.
«¿Qué pasa? ¿No puedes dármelo? ¿No dijiste que estabas dispuesto a ofrecer lo que sea?»
«Selena…», murmuró Camila, mirándola con incredulidad.
«Interpretar a Alina no es fácil. Nuestros rostros son iguales, pero ella y yo somos totalmente diferentes. ¿No es así, señora Dolores?» Selena miró a Dolores con una sonrisa burlona. «Convertirme en ella significa que debo estar lista para sufrir un infarto en cualqu