Los cinco exámenes estaban resueltos.
Mateo tomó los papeles y los revisó; estaban llenos con su delicada letra y todas las respuestas eran correctas. ¿Cómo era posible? Le parecía increíble que hubiera completado cinco exámenes en una hora y todos perfectos. ¿Cómo lo había logrado?
La miró con sospecha mientras dormía.
—Fernando. —Llamó.
La puerta se abrió y él entró. —¿Necesita algo, presidente?
—Fernando, ¡no puedo creer que hayas hecho esto bajo mis narices!
Él estaba confundido. —¿Qué hice?
Mateo arrojó los exámenes sobre el escritorio. —¡Le diste las respuestas en secreto!
Fernando se sintió impotente. —¡Qué injusticia, presidente, yo no hice tal cosa!
Mateo se negó a escuchar sus explicaciones; para él, explicarse era encubrirse. Era imposible que ella pudiera completar cinco exámenes y hacerlos perfectos en una hora, a menos que Fernando le hubiera dado las respuestas.
—Un mes sin sueldo. Que no se repita. Retírate.
Fernando salió cabizbajo, preguntándose por qué él tenía que