Aunque Esteban estaba de pie y ella sentada, lo que naturalmente le daría una posición dominante, era ella quien, con su postura erguida y ojos brillantes estudiándolo discretamente, emanaba un aura de serenidad que parecía dominar la situación.
—Sí... sí, lo soy. —Respondió él.
No, se reprendió mentalmente, ¿qué estaba diciendo? Aparte de su maestro, el doc. Milagros, nadie se atrevía a llamarlo por su nombre completo. Esta novia sustituta realmente carecía de modales.
Intentó reprenderla: —Tú...
Pero lo interrumpió, asintiendo con la cabeza. —Bien, puedes comenzar tu clase.
Esteban quedó estupefacto.
¿Quién era el profesor y quién el estudiante aquí?
¡Ella le estaba dando órdenes!
Sin embargo, bajo su mirada, el cuerpo de Esteban pareció moverse por sí solo: dio media vuelta, caminó hacia el podio y comenzó a escribir con tiza.
¿Por qué estaba siguiendo sus instrucciones tan obedientemente?
No quería hacerlo.
Esteban comenzó la clase, pero ella seguía somnolienta. Evidentemente, no h