La mujer se marchó frustrada, alejándose con sus tacones altos.
Daniela soltó un bufido de satisfacción.
Nicolás, observándola, curvó sus labios en una sonrisa contenida.
Su risa atrajo la atención de Daniela, cuyos brillantes ojos se posaron en su rostro.
—¿De qué se ríe, señor Duque? —preguntó molesta.
Nicolás la miró.
—Señorita Paredes, ¿no había dicho que no bajaría?
Daniela levantó la barbilla.
—Si no hubiera bajado, ¿habría buscado el señor Duque otra compañía?
Nicolás arqueó una ceja.
—Yo no he dicho eso.
Daniela le lanzó una mirada irritada.
—¡Sinvergüenza!
Le insultó y dio media vuelta para marcharse.
Pero Nicolás abrió la puerta del coche, la agarró por la delgada muñeca y tiró con fuerza. Daniela cayó directamente sobre él.
Su lujoso automóvil era amplio, pero dos personas en el asiento del conductor resultaba algo estrecho. La repentina intimidad física hizo que Daniela se sonrojara.
Le lanzó otra mirada molesta.
—¡Suélteme, señor Duque!
Nicolás cerró la puerta y la sentó e