Capítulo 2

Capítulo 2

El taxi se detuvo con un tirón frente al hospital. Isadora lanzó algunos billetes al conductor y bajó apresuradamente, descalza, sosteniendo los tacones en la mano.

Corrió hacia la recepción, el corazón acelerado no solo por la noticia del accidente, sino también por la mezcla asfixiante de vergüenza, culpa… y deseo.

Su cuerpo aún ardía.

Los recuerdos llegaban en destellos traicioneros, como si su propia piel quisiera sabotear su cordura.

—Disculpe… ¿dónde están los pacientes del accidente en la carretera? —preguntó, intentando sonar firme, pero su voz salió temblorosa.

La recepcionista levantó la vista, evaluando a Isadora de pies a cabeza.

Y sí, ella estaba… hecha un desastre andante.

—Segundo piso, área de emergencia. Ascensor a la izquierda.

—Gracias —respondió, apretando los tacones contra su cuerpo.

Entró en el ascensor y, en el reflejo del espejo, se enfrentó a su propia imagen.

El maquillaje corrido.

Los ojos rojos.

El cabello desordenado.

Y ahí, en su dedo… el maldito anillo de compromiso.

Tragó saliva.

—¿Qué he hecho…? Dios mío, ¿qué he hecho…? —susurró, apretando los ojos.

El sonido de las risas, los gemidos ahogados, el toque cálido, sus ojos mirando dentro de los suyos…

Todo volvía como una tortura deliciosa y cruel.

El ascensor sonó. Las puertas se abrieron.

Corrió por el pasillo y, desde lejos, vio a su tía sentada, angustiada, con las manos en el rostro.

Tan pronto como la mujer la vio, se puso de pie.

—¡Gracias a Dios, Isadora! ¡Te llamé mil veces! —dijo, corriendo a abrazarla—. Fue horrible… tu tío…

Isadora no respondió. Solo apretó a su tía contra su cuerpo, tragándose el llanto, sintiendo que el mundo se derrumbaba por un lado… y se incendiaba por el otro.

Y no sabía cuál de los dos la destruía más rápido.

La tía se soltó, secándose las lágrimas con el dorso de la mano, visiblemente abatida, pero no tan distraída como para no notar el estado de su sobrina.

—¿Dónde estabas? —preguntó, entrecerrando los ojos, analizando cada detalle: el vestido arrugado, el cabello despeinado, los pies descalzos y la mirada… parecía aterrada y culpable.

Isadora tartamudeó, intentando ordenar las palabras en su cabeza, pero parecía que su lengua simplemente se negaba a obedecer.

—Yo… yo estaba… en una fiesta —respondió, bajando un poco la mirada, sin saber exactamente dónde apoyar los ojos.

La tía la miró una vez más, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.

—Y parece que… no volviste de esa fiesta sola —soltó, directa—. Tú no… no dormiste con tu prometido, ¿verdad? —bajó un poco la voz, mirando a su alrededor, como si hasta las paredes pudieran oír ese pecado—. Estás… toda desarreglada, Isadora.

El cuerpo de la joven subió y bajó en un suspiro tembloroso.

—Él… él no apareció en la fiesta. Yo… no sé qué pasó…

La tía arqueó una ceja y entrecerró aún más los ojos.

—Mmm… —murmuró, desconfiada, cruzando las piernas lentamente—. Pues no te olvides de lo acordado. Tienes que… —apretó los labios, haciendo una pausa tensa—. Tienes que casarte virgen, Isadora.

El mundo pareció dar vueltas. Tragó saliva, el estómago revuelto, y todo dentro de ella se apretó como si su propio cuerpo la juzgara.

Estaba completamente… perdida.

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