Agarro las muñecas de Laura con fuerza, no como para herirla, pero sí suficiente para que entienda que no voy a permitirle seguir.
Ella parpadea, sorprendida.
—¿Qué ocurre? —pregunta en un susurro, mirándome como si realmente no entendiera.
Suelto sus muñecas con un movimiento seco.
—No estoy aquí para eso —respondo, conteniendo el enojo que me sube por la garganta.
Laura ladea la cabeza, estudiándome.
Luego sonríe, todavía en ese modo seductor que me enferma.
—¿Qué pasa? ¿No te gusto? —se atreve a decir, acercándose de nuevo.
Elevó mi barbilla y cierro los puños a los costados, respirando hondo.
—Puede ser. Pero no me gustas. —mi voz sale grave, áspera.
No puedo decirle que la única mujer que me gusta es la que está abajo, hablando con su maldito esposo.
No puedo decirle que mi cuerpo entero, mi mente entera, están rendidos a Arielle Valmont.
Laura parece perpleja por un segundo.
Como si no pudiera concebir que alguien le dijera que no.
Saca su teléfono, pr