La elegancia del salón me golpea en cuanto cruzamos el umbral.
Lars Müller —el suizo que conocimos en la junta— nos recibe apenas entramos. Viste un traje oscuro impecable, su rostro es severo y su postura tan rígida como un soldado. Por un segundo me preguntó si todos aquí son así. Hasta que recuerdo a la mujer que lo acompañaba en la junta. —Bienvenidos —dice Lars sacándome de mis pensamientos, con una inclinación mínima de cabeza. La sobriedad de su presencia es suficiente para marcar el tono de la noche. Nos guía hacia el área de bebidas. El lugar está bañado en luces cálidas, discretas. No hay estridencia, no hay exceso. Solo copas de vino refinado, whisky añejo y, por supuesto, absenta suiza, la bebida nacional, brillando verde detrás de la barra. Todo esto grita lujo y dinero. Camino al lado de Arielle, sintiendo cada tanto el roce sutil de su vestido contra mi pantalón. No sé qué celebran —quizá solo la existencia de sus propias fortunas— pero todo en esta habitación demuestra que estás personas son poderosas, lo cual jamás me ha asustado, pues yo también lo soy. Miro de reojo a Arielle. Ella está perfecta. Su vestido sencillo, que realza su piel, la convierte en el centro de todas las cosas que valen la pena mirar esta noche. No hay joyas ostentosas ni maquillaje excesivo. Solo ella, hermosa. Y es entonces que Laura aparece. La mujer sale de entre la gente como una sombra pegajosa, y antes de que pueda apartarme, su mano se aferra a mi brazo. Su cuerpo se pega al mío, su perfume dulce y cargado me invade los sentidos. —Cassian —susurra, como si hubiera estado esperándome toda la noche. Frunzo el ceño y, sin suavidad me aparto, justo antes de sentir la mirada penetrante de Arielle sobre mí. Una parte de mí sonríe por dentro. Me encanta verla así, reclamándome en silencio. Pero otra parte —más grande, más dominante— sabe que no quiero hacerle daño. No quiero que por un segundo dude de lo que siento. Así que me muevo. Coloco una distancia cortés entre Laura y yo. Me siento ridículo, consciente de cada uno de mis movimientos como si fuera un adolescente torpe. Estoy pendiente de Arielle de una manera que jamás lo estuve de nadie. «Estoy jodido» Me limpio mentalmente la sonrisa amarga mientras busco una copa de vino para disimular el temblor idiota que siento en las manos. En un momento, Arielle anuncia que va al baño. No lo pienso. No lo razono. Voy tras ella. Camino rápido, con pasos firmes, ignorando las conversaciones, ignorando todo lo que no sea esa necesidad primitiva de tenerla a solas. Cuando ella cruza la puerta del baño, aprovecho y entro tras ella. Cierro la puerta y Arielle se gira, veo sus ojos abiertos, está sorprendida. —Cassian —susurra, mirando la puerta—. Alguien podría vernos... —refunfuña. —No me importa —digo acercándome, atrapándola entre mis brazos y la pared—. Solo quería tenerte a solas un momento. Ella debería apartarme. Debería recordar dónde estamos. Pero no lo hace. Se queda ahí, mirándome, deseándome como yo la deseo. Me inclino y le susurro en el oído: —Después de esta estúpida reunión, serás solo mía. Te lo prometo. Mis labios encuentran los suyos en un beso lento, profundo. Siento su cuerpo relajarse contra el mío, rendirse de esa forma que me vuelve loco. Cuando me separo unos milímetros, la escucho decir en un susurro ronco: —Odio a Laura. Mi sonrisa es lenta, posesiva y ella se molesta aún más. —No te rías, detesto como se te pega como sanguijuela. Una nueva sonrisa se postra en mi rostro. —No pierdas tu tiempo, nena —le susurro contra la boca—. Para mí, ella ni siquiera existe. La beso otra vez, más rápido esta vez, más desesperado. Mientras acaricio con posesividad su mejilla con la punta de los dedos, buscando que entienda, que no quede ni un solo resquicio de duda de que esa mujer a mi no me interesa. Luego de besarla una vez mas. Arielle me empuja con suavidad Salimos del baño con una compostura fingida, como si nada hubiera pasado. Aunque sé que su boca todavía arde como la mía. La fiesta sigue su curso. Las copas se vacían. Las conversaciones se apagan y finalmente, el evento social empieza a llegar a su fin. La verdadera reunión de trabajo está a punto de comenzar. Y yo ya estoy pensando en cómo diablos haré para mantener las manos lejos de Arielle hasta que todo termine. Mientras un camarero retira nuestras copas vacías. Lars Müller se acerca a nosotros con esa expresión seria que no se descompone ni por un segundo. —Siganme al siguiente piso, por favor —nos dice—. La reunión importante será ahí. He pedido que nos lleven café. Asiento, y veo de reojo cómo Arielle también asiente con una leve inclinación de cabeza. Lars camina a nuestro lado hasta el ascensor privado. Presiona el botón. Mientras esperamos, el celular de Arielle suena, ella lo saca de su bolso y revisa rápido. La pantalla se ilumina con un mensaje. Ella baja la mirada, frunciendo ligeramente el ceño. —Es Daniel —me dice en voz baja. Contengo una mueca de molestia, sabiendo que él si tiene derecho de llamarle. Aunque quiera gritarle que deje de hacerlo. —Te alcanzo arriba —añade enseguida. Cómo si temiera que me molestará. Niego con la cabeza. No me molesta. Me jode saber que va a hablar con él otra vez, que Daniel siga con esa idea absurda de conocerla. Pero no es culpa suya. De ninguno de ellos. Las puertas del ascensor se abren con un sonido suave. Lars nos hace una seña para que entremos primero. Yo entro y siento a alguien más detrás de mí: Laura. No me gusta su presencia, pero no hago un escándalo. Apenas estamos cerrando las puertas cuando Lars da un paso atrás. —Olvidé algo importante en la recepción —dice con calma—. Sigan ustedes. Los alcanzo enseguida. Antes de que pueda decir algo, Lars ya ha salido. Y las puertas del ascensor se cierran de forma inevitable. «Carajo» Maldigo internamente. Estoy ahora encerrado en esta caja de metal con Laura. —Creo que nos han dejado —menciona con una sonrisa coqueta. El ascensor empieza a subir. No me molesto en mirarla. Fijo la vista en los números digitales que marcan los pisos. 1... 2... 3... De pronto, Laura aprieta con fuerza mi brazo cuando un movimiento del ascensor nos sacude antes de detenerse en seco. —¿Qué carajo...? —murmuro, golpeando el botón de emergencia. Pero no pasa nada. El ascensor sigue muerto. Toco el bolsillo de mi chaqueta y saco mi móvil. —Joder, no tengo señal. Laura suelta una risita. Una maldita risita que me molesta. —Tranquilo, estoy segura que ya vendrán por nosotros —espeta en completa calma. Cómo si fuese algo natural que él maldito ascensor se quede trabado. Y antes de que pueda apartarme, coloca ambas manos en mi pecho. Sus dedos juegan distraídamente con la solapa de mi chaqueta. —Quizá deberíamos aprovechar este momento y conocernos más, Cassian —susurra, su voz baja, insinuante. Pone su cuerpo contra el mío, presionando ligeramente. Su perfume fuerte y dulce me invade. La veo alzar el rostro hacia mí, quedando sus labios apenas a centímetros de los míos. Mientras seguimos atrapados.Agarro las muñecas de Laura con fuerza, no como para herirla, pero sí suficiente para que entienda que no voy a permitirle seguir. Ella parpadea, sorprendida. —¿Qué ocurre? —pregunta en un susurro, mirándome como si realmente no entendiera. Suelto sus muñecas con un movimiento seco. —No estoy aquí para eso —respondo, conteniendo el enojo que me sube por la garganta. Laura ladea la cabeza, estudiándome. Luego sonríe, todavía en ese modo seductor que me enferma. —¿Qué pasa? ¿No te gusto? —se atreve a decir, acercándose de nuevo. Elevó mi barbilla y cierro los puños a los costados, respirando hondo. —Puede ser. Pero no me gustas. —mi voz sale grave, áspera. No puedo decirle que la única mujer que me gusta es la que está abajo, hablando con su maldito esposo. No puedo decirle que mi cuerpo entero, mi mente entera, están rendidos a Arielle Valmont. Laura parece perpleja por un segundo. Como si no pudiera concebir que alguien le dijera que no. Saca su teléfono, pr
Perspectiva de Arielle.Bajo del regazo de Cassian después de ese beso intenso, aun sintiendo el eco de sus manos en mi cuerpo, me coloco con rapidez en mi asiento, sintiendo que todo dentro de mi tiembla, incluso sintiendo el palpitar entre mis piernas.Cassian arranca el auto con una brusquedad que me hace morderme el labio. Conduce rápido, sin importar nada, sintiendo esa misma urgencia que yo tengo de llegar a la casa junto al lago.Durante el trayecto no hablamos. Todo entre nosotros arde en el aire, en nuestras miradas breves, en la forma en que sus dedos se aferran al volante.Acomodo mi cabello y sonrió con picardía, cuando coloco mi mano sobre su muslo, lo acaricio y cuando veo esa sonrisa ladeada en sus labios, voy más arriba y comienzo a frotar su erección por encima de la tela.—Eres demasiado traviesa, leoncita —musita con la voz ronca, esa que además de su muy notoria erección, me indica que está excitado.—Te noto muy tenso, solo trato de ayudar a relajarte —le digo con
El que haya dicho que nadie lo hace sentir como yo, hace mi ego se eleve sin que pueda contener la sensación. Saber que un hombre como él —que seguramente ha estado con muchas mujeres— me ponga por encima de todas, es sin duda algo que me hace sentir mucho más segura. Con mi mano esparzo su semen en mis pechos, siendo una completa descarada.Pero Cassian no me da tiempo de recuperar el aliento. Me toma de nuevo en brazos y me lleva a la cama.Su fuerza, su necesidad, su forma de poseerme tan completa me hace sentir pequeña, venerada… y suya.Me recuesta con suavidad brutal sobre las sábanas, me acomoda como si fuera su ofrenda personal.Su mirada me quema más que sus manos, y no hay un solo rincón de mi cuerpo que no sepa que es completamente suyo ahora.Me quedo ahí, temblando, mis pechos subiendo y bajando al ritmo acelerado de mi respiración mientras él se arrodilla entre mis piernas abiertas. Siento el aire frío en mi piel húmeda, y la combinación de su mirada y el contraste de tem
Cassian da un vistazo a mi bolso sabiendo que su hijo es quien está marcando. Pero al ver que no tengo la mínima intensión de responder, decide ignorarlo.Y con el vibrador en mano, vuelve a acercarse a mí. Camina con esa gracia peligrosa, ese dominio absoluto que me deja sin defensa. Y de pronto ese vibrador en su mano me parece un tanto intimidante.Me toma de la cintura, sus dedos fuertes se clavan en mi carne, al tiempo que me voltea con firmeza, hasta dejarme boca abajo sobre las sábanas.Siento el roce de la tela fría en mis pechos, en mi vientre ardiente, y un estremecimiento me sacude de pies a cabeza.Cassian tira suavemente de mis caderas, elevándome.Mis rodillas se hunden en el colchón, mientras mi culo se eleva para él. Jamás me sentí tan expuesta y al mismo tiempo, tan deseable.Me muerdo el labio, temblando, mientras escucho cómo enciende el vibrador.El zumbido bajo llena la habitación y entonces lo siento.La punta del vibrador toca mi clítoris, y mi cuerpo reacciona c
Perspectiva de Cassian.Ser el primero en tener a Arielle de esta forma solo hace que mi instinto posesivo crezca, que se me hinche el pecho de orgullo de saber que he sido el primero en poseer su c*lo. Salgo de ella despacio y beso su hombro cuando un gemido extasiado sale de sus labios.—Hermosa leoncita —musito en su oído y ella eleva una sonrisa mientras su respiración continúa acelerada. Mientras un par de gotas de sudor se forman en mi pecho. Me tumbo a su lado por unos segundos, antes de reponerme y hablar, esta vez con la voz menos jadeante.—Toma una ducha conmigo —le susurro y sabiendo que es muy pronto para que ella pueda ponerse de pie por sí misma. La tomo en ms brazos y la llevo hasta el baño.Abro la llave y dejo que el agua de la bañera comience a llenarla mientras Arielle se apoya en el borde. Una vez que el agua caliente llena el espacio la ayudo a entrar en ella.El agua corre sobre nuestras pieles mientras Arielle se acurruca contra mi pecho, sus piernas enredadas
Perspectiva de Edward ValmontLa junta de esta mañana está siendo un maldito dolor de cabeza. Mis ojos recorren la sala de conferencias, observando las presentaciones y las caras de los analistas, pero mi atención no está ahí. Está en ella.Rossy, está de pie frente a un grupo de hombres jóvenes, explicando con confianza un gráfico en la pantalla. Su voz es clara, precisa, y aunque está rodeada de todos esos idiotas, su presencia se destaca. Todos se inclinan hacia ella, fascinados por la manera en que explica, por la forma en que se mueve, con una gracia natural que es difícil de ignorar.Y sumado a su sonrisa amable, es su escote lo que me mata. Es su maldito vestido blanco, tan ajustado que cada curva de su cuerpo resalta sobre su piel canela. La tela se ciñe a su figura de una manera tan perfecta que me dan ganas de desgarrarla.Y su perfume... dulce y exótico, aun estando a varios metros, puedo olerlo. Me inunda los sentidos. Me está volviendo loco.Frunzo el ceño y me obligo a ap
No tengo nada más que hacer. Lo sé.Terminé mis pendientes hace más de una hora, pero sigo aquí, atrapado frente a la pantalla, fingiendo que algo en este montón de correos importa.El reloj marca las seis y media. El edificio entero respira un silencio denso. Todos se han ido. Todos, menos Rossy.Sigue aquí por mi culpa, revisando un documento que sé perfectamente no necesita correcciones. No hay errores. No hay nada que ajustar.No hay justificación lógica para su estancia.Solo la necesidad irracional, absurda e inmadura, de verla una vez más antes de que desaparezca en la noche.Sé que estoy loco. Que esto no es propio de mí.No debería actuar como un adolescente desesperado, aferrándome a excusas patéticas para alargar su presencia en mi vida.Pero no me importa un carajo.Cuando escucho el golpe leve en la puerta, mi cuerpo entero reacciona como si me hubieran inyectado corriente.—Adelante —digo, con una voz que suena más fría de lo que me siento.La puerta se abre y ella entra.
Narrador Omnisciente.El reloj marcaba las 11 de la mañana en Los Ángeles cuando Daniel Harrington terminó de abotonarse la camisa blanca frente al espejo. Cada botón que cerraba parecía ser más difícil que el anterior, como si tejiera sobre su pecho una red invisible que le recordaba todo lo que no podía ser, todo lo que no podía decir. El celular descansaba en su hombro, sostenido entre su oreja y su mejilla, mientras con una mano libre alisaba las mangas de su camisa arrugada.La voz de Arielle flotaba al otro lado de la línea, aparentemente fresca, casi despreocupada. —El proyecto salió bien —mencionó ella—. Dimos una buena impresión, y estaremos de regreso pronto —aseguró con naturalidad.Daniel dejó escapar una risa suave, aunque fue más una exhalación que otra cosa, mientras tiraba de los puños de su camisa y los ajustaba. El reflejo en el espejo le devolvía la imagen de un joven elegante, pulcro, correcto. Justo como debía ser. Justo como todos esperaban que fuera.—Me alegra