No sé en qué momento terminé la segunda cerveza, pero empiezo a sentirme… liviana. Un poco suelta. Tal vez demasiado cómoda con el hecho de estar compartiendo mesa y tragos con Edward Valmont. El mismísimo padre de mi mejor amiga.
Edward se inclina un poco hacia un lado, saca su teléfono y frunce el ceño. Su mandíbula se tensa aún más cuando ve quién llama.
—Es Arielle —murmura, como si necesitara justificarlo.
Asiento, tratando de parecer tranquila, pero el solo escuchar su nombre hace que me enderece. Me recuerda lo que no debería estar haciendo. Lo que estoy haciendo.
—Voy a contestar —dice, levantándose de su asiento con esa elegancia suya, la que no se despeina ni en un bar de cerveza artesanal.
Lo veo alejarse y, sin pensarlo, llevo mis manos de prisa a mi blusa. Desabrocho dos botones. Solo dos. Suficiente para que mi escote tenga protagonismo sin parecer una desesperada.
«¿A quien engaño? si estoy desesperada»
Me revuelvo un poco el cabello con los dedos, dándole