Parpadeo cuando veo la hora y son ya las seis y media, dirijo mi mirada al ventanal notando la oscuridad de la que hasta ahora no me había percatado ¿En qué momento anocheció? Afuera, la ciudad ya se tiñe de luces artificiales, y adentro solo queda el suave zumbido del aire acondicionado.
Edward sigue en su escritorio, concentrado, con la mandíbula tensa y los dedos marcando un ritmo irregular sobre la mesa.
«Es tan guapo» Su ceño se frunce dandole unaire arrogante, y su camisa se aprieta de forma deliciosa a sus bíceps que casi estoy babeabdo.
«Calma tus hormonas Rossy, que no estás ovulando»
No nos hemos dicho mucho en la última hora, pero su presencia ha sido constante, como un peso sobre mi piel. Cada vez que alzo la vista, él ya está mirándome. No dice nada. Yo tampoco.
Suelto un suspiro cuando veo la hora otra vez.
—Ya es tarde —digo, más para mí que para él.
Empiezo a recoger mis cosas, torpemente, deseando no haberme quedado tanto. No debí quedarme tanto. Aunque en el