Los labios de Cassian están peligrosamente cerca de los míos. Cierro los ojos por un instante, tragando el nudo que se forma en mi garganta. Puedo sentir su respiración rozando mi rostro, cálida, irregular, cargada de esa tensión que amenaza con consumirnos a ambos. Su aroma delicioso me envuelve, intenso y masculino. Me estoy perdiendo.
Y entonces alguien pita.
Un claxon nos arranca de ese instante como un latigazo. La luz del semáforo ha cambiado a verde. Cassian maldice por lo bajo y toma el volante, alejándose de mí. Sus manos se aferran con fuerza al volante y su gesto es más oscuro que nunca. Yo respiro con dificultad. Mi corazón golpea con fuerza en mi pecho. Como si hubiera estado a punto de caer en el abismo.
Cuando la luz vuelve a ponerse en rojo, sus ojos se deslizan hacia mí.
—¿Estás bien?—su voz es ronca, contenida, casi un gruñido.
Niego con la cabeza. Es mentira. Claro que estoy bien. Pero algo dentro de mí desea esa atención, esa mirada fija en mi rostro como