No sé si fue una buena idea aceptar que él me llevara. No cuando su sola presencia hace que mis sentidos estén alerta. No cuando el silencio entre nosotros parece tener filo.
Cassian no dice nada al subir al auto, y yo tampoco. Nos sentamos sin mirarnos, como dos extraños que comparten más de lo que deberían. Sus dedos marcan el volante con una fuerza que no sé si es por costumbre o por la incomodidad que compartimos.
Respiro hondo, pero lo hago lento para que no se dé cuenta, espero que comience a poner el vehículo en marcha, pero no lo hace. Y eso me obliga a girarme hacia él, lentamente.
—¿No vas a arrancar? —pregunto, intentando que mi voz suene más firme de lo que me siento.
—Para eso necesito que me digas primero a donde vamos —responde con esa maldita calma suya que me crispa los nervios.
«Que tonta eres» me reprendo mentalmente.
Cierro los ojos por un segundo. Porque claro que no puede leer mi mente. Por fortuna.
—Al departamento de Rossy —respondo finalmente, mirando por la ve