Perspectiva de Cassian
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Amanece. El sol apenas comienza a teñir de oro el lago que se extiende frente a los ventanales. El silencio de la habitación es espeso, cálido… íntimo. La manta cubre parcialmente nuestros cuerpos desnudos. Arielle está acurrucada contra mi pecho, con una pierna encima de la mía, su mano sobre mi pecho y su respiración tranquila.
Despertar así es algo que jamás imaginé necesitar. Sin duda es mucho más de lo que merezco. Pero no pienso renunciar a ello.
Le acaricio el cabello con lentitud. Todavía huele a lavanda y deseo. Su espalda tiene leves marcas de mis dedos, de mi boca, de todo lo que le hice anoche. Y aún así, duerme como si no hubiera un mundo esperándola allá afuera. Como si este fuera su único refugio.
La observo, y me arde el pecho. Esta mujer es mi perdición. Mi límite. Mi adicción.
Sus párpados tiemblan un segundo. Luego, abre los ojos y me mira. Verla despertar junto a mí… me envenena y alimenta mi alma.
—Buenos días, leoncita —murmu