169| El hombre que no debí amar

La noche se siente más espesa cuando volvemos a la suite. No hablamos. Simplemente dejamos que este silencio que se siente tan cómodo nos envuelva. Caminamos por los pasillos en silencio, Cassian con su mano envuelta en la mía, y de momento eso es suficiente para sostenerme, para decirme que no estoy sola. Que él está para mí y agradezco que así sea.

Cuando entramos, el silencio nos envuelve. Afuera, el lago resplandece bajo la luna llena, el agua quieta es como un espejo inmenso. El aire tiene ese olor a madera, a humedad elegante, a calma que de verdad ha sido necesaria para mí en este momento, porque me hace olvidar todos los problemas que nos rodean.

Cassian se acerca a mí por detrás, y sin decir nada, comienza a desabrochar mi vestido. Sus dedos, ágiles pero suaves, trabajan con una lentitud que me estremece. No hay prisa, no hay brutalidad esta vez. Solo esa necesidad tan urgente que se disfraza de delicadeza. Me deja desnuda, y sus labios rozan mi hombro, mi cuello. Cierro los
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