Me aseguro de que Darius haya salido completamente antes de dejar el despacho. Camino por el pasillo con calma, aunque cada fibra de mi cuerpo todavía está tensa por su visita. Su sonrisa falsa, sus insinuaciones, esa mirada que le lanzó a Arielle... todo se agolpa en mi cabeza como un veneno que empieza a correr lento pero seguro. No me gusta. No me gusta nada.
Pero hay algo que debo hacer antes de seguir con cualquier otra cosa. Si voy a tomar el control de esto, si voy a quedarme con Arielle como deseo hacerlo, tengo que empezar por cumplir mi palabra. Empezar por mi hija.
Me detengo frente a la puerta de Seraphina. Dudo solo un segundo antes de alzar la mano y tocar con los nudillos. Un par de segundos después, la puerta se abre con un leve chirrido y mi hija aparece con una camiseta amplia y el cabello recogido en un moño descuidado. Tiene dieciocho, pero su mirada ya carga el escepticismo de alguien que ha visto más de lo que debería.
—¿Papá? —me dice con naturalidad, arqueand