Perspectiva de Cassian
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Llego a casa con el cuerpo entumecido por el cansancio y la cabeza palpitando con un único nombre. Arielle.
No he probado bocado en todo el día. No por falta de tiempo —aunque sí, hubo reuniones, una crisis en la filial de Berlín, una junta con los accionistas de Tokio—, sino por algo más simple, más importante: desde que supe que ella debe seguir casada con Daniel durante un año, la comida me sabe a ceniza.
Cuando entro al comedor solo está él. Daniel. Cenando con esa compostura suya que parece heredada, o fingida. Me lanza una mirada breve, seca, y continúa masticando sin siquiera disimular el desinterés. Me siento al extremo de la mesa, en la silla principal. No por jerarquía, ni por costumbre. Lo hago porque necesito sentir que aún tengo el control de algo. Aunque sea de una maldita silla.
—¿Seraphina ya cenó? —pregunto sin más, mencionando a mi hija primero, aunque en realidad no es eso lo que me importa, porque Seraphina no acostumbra a cenar siempre co