Cuando volvemos a casa, siento que me pesa el alma. Seraphina no dice nada durante el trayecto. Yo tampoco. El resultado del examen todavía quema en mi bolso, como si fuera un secreto que me estuviera chamuscando por dentro. Cuatro semanas. La cifra retumba en mi cabeza, y aunque ya lo sabíamos. Confirmarlo solo lo hace real.
Entro con las llaves temblando entre mis dedos, deseando con todo mi ser que no haya nadie. Aunque este secreto no es mío, no puedo evitar sentir empatía con ella. Y después de todo, el acompañarla ahora me hace su cómplice. Necesito un minuto. Solo uno para respirar. Pero el universo parece tener un humor cruel porque, apenas cruzamos el umbral, veo a Daniel en el salón, de espaldas, rebuscando en la mesa del recibidor. Mientras un fajo de papeles sobresale de su portafolio.
No esperaba verlo. Y por su expresión, éll tampoco nos esperaba a nosotras.
Se gira y frunce el ceño al vernos juntas. No dice nada al principio. Solo nos observa. A mí. A Seraphina. A amb