Seraphina abre la puerta y me observa en silencio. Tiene los ojos ligeramente hinchados, la piel pálida, el rostro tenso.
Suspira hondo. No dice nada. Solo toma su bolso y ambas salimos de la casa sin dirigirnos una sola palabra. Daniel ya no está. No hay miradas ajenas, no hay juicios colgando del aire. Solo el sonido de la puerta al cerrarse detrás de nosotras y el crujido del camino bajo nuestros pies.
Tomamos un taxi que nos lleva hasta el laboratorio en el centro de la ciudad. Un lugar discreto, sin pretensiones, sin demasiadas miradas. Seraphina baja primero. Va con las manos metidas en los bolsillos del abrigo. Su postura es rígida. Su silencio, más elocuente que cualquier súplica.
Dentro, el ambiente huele a desinfectante y papel. Nos entregan un formulario, y ella me lo pasa sin siquiera intentar leerlo.
—¿Puedes ayudarme? —pregunta apenas en un susurro.
—Claro —le respondo, tomando el bolígrafo.
Nombre completo. Fecha de nacimiento. Último periodo. Antecedentes familia