—¿Cuánto tiempo tienes de retraso? —pregunto con firmeza, sin moverme del sitio. Con una genuina preocupación por lo que acabo de descubrir.
Seraphina me observa con el rostro enrojecido, los ojos encendidos como brasas.
—No tienes derecho a preguntarme eso —responde con los dientes apretados, puedo ver sus labios temblando—. Y si le dices algo a mi papá…
—No, Seraphina. ¡Basta! —la interrumpo, cortante—. Tú a mí no me vas a amenazar. Yo no voy a permitir que me chantajes con lo que sabes. Porque aquí no soy la única con secretos —vocifero, cansada de su trato, cansada de aún con esto ella pretenda que puede chantajearme.
Ella se queda en silencio por un segundo, tensa, con la respiración agitada. Traga saliva.
—No soy como tú crees —continúo—. Y te aseguro que las cosas con Cassian y con Daniel no son como tú piensas.
—¿Y como son entonces? —pregunta con dolor en su mirada—. Los ví besandose, se cómo se miran. Dime. ¿Cómo son las cosas? Por qué no entiendo —insiste con los d