El despacho está en un silencio, el único sonido es el de nuestras respiraciones erráticas y todo parece más grande de lo que es. Con mi cuerpo, aún tembloroso, me obliga a bajar de su regazo con una torpeza que ni yo misma reconozco. Mis piernas se sienten como si fueran de gelatina, como si mi equilibrio hubiera decidido irse a hacerle compañía a mi dignidad, que ya de por sí está en un rincón de la habitación llorando. No sé cómo hacer para no caerme, así que me sostengo de la silla, como si fuera un venado recién nacido. Y es que, francamente, parece que mis piernas no quieren responder, no después de como este hombre me tomó hace un instante. Con movimientos torpes, me tomo la camiseta que está tirado cerca de la silla. La tela fría me recuerda lo ajena que me siento de todo esto. Con una rapidez que no me siento del todo cómoda, me lo pongo, tratando de evitar cualquier tipo de contacto visual con Edward. Por alguna razón, me siento como si estuviera en una escena de una pelícu
Perspectiva de Cassian . La habitación está oscura, salvo por el parpadeo intermitente de la ciudad más allá de las ventanas. Camino en círculos, como un animal atrapado. El eco de esa cena todavía arde en mi cabeza, como brasas encendidas en una conversación que no puedo apagar. Seraphina, con sus malditas insinuaciones. Daniel, hablando de mudanzas como si pudiera simplemente tomarla y llevársela. Como si pudiera cargar con Arielle como si fuese un mueble más del penthouse. Como si ella no fuera mía. —Maldita sea —susurro mientras paso mi mano por mi cabello, porque ahora mismo me siento desesperado. —Arielle es mía. Esa palabra me carcome desde dentro. Porque no tengo derecho a pensarla, y aún así, es lo único que retumba en mi pecho. Me detengo frente al ventanal, paso una mano por mi rostro. Esto es ridículo. Un hombre como yo, perdiendo la cabeza por una mujer que ni siquiera debería mirar. Que debería haber sido intocable desde el principio. Pero entonces recuerdo su
Su piel está ardiendo bajo mis labios. Cada beso que le doy es una condena que saboreo con gusto. Mis manos recorren su espalda con lentitud, con una reverencia enfermiza que no logro disimular. Ella está debajo de mí, desnuda, mojada, y no solo por el agua de la ducha que aún está sobre su cuerpo. Y yo apenas puedo contenerme. No hay nada más allá de este cuarto. Nada más allá de su cuerpo temblando bajo el mío. Sus dedos se deslizan por los botones de mi camisa con una urgencia suave, como si ya no pudiera esperar más. La abre uno a uno, con una urgencia que me hace mostrar una sonrisa, misma que solo he tenido para ella, que le pertenece. Y cuando la desliza fuera de mis hombros y la arroja sin pensar hacia un rincón de la habitación, escucho el leve tintineo de mis llaves estrellándose contra el suelo. Las malditas llaves del auto. —Las recogeré luego —murmuro sin apartar mi boca de la suya. Arielle no dice nada. Sus dedos bajan por mi abdomen hasta el botón de mi pantalón y
Perspectiva de Arielle . El olor a él aún flota en el aire. Mi habitación huele a Cassian. Es como si su presencia estuviera tatuada en las paredes, en mis sábanas, en mi piel. Me tiemblan las manos mientras camino descalza por la habitación, con la bata de baño pegada a mi cuerpo aún tibio y húmedo. La humedad del baño se mezcla con el aroma salvaje y cálido que él deja a su paso. No puedo permitir que Daniel lo perciba. No puedo permitir que lo sospeche. Agarro mi perfume del tocador, el que huele a peonías, y rocío el aire con él con urgencia. Rocío las sábanas también, una, dos, tres veces. El colchón aún está desordenado, con las marcas de nuestros cuerpos hundidas en la tela, porque somos culpables y las pruebas están por todas partes. Estiro la sábana, aliso las esquinas, tiro las almohadas al suelo para reacomodarlas. Me muevo rápido, sin pensar demasiado en lo que hago, solo actuando por instinto. Me detengo frente al espejo. Mi reflejo está descompuesto, alterado. Los
Me quedo inmovil. Mientras la pregunta de Daniel al ver el objeto retumba en mi mente. «Mierda» Sigue la dirección de su mirada y mi sangre se hiela. No necesito mirar para saber lo que ha visto. Las llaves. Las malditas llaves de Cassian. Mi pecho retumba con un latido brutal y mi mente se llena de mil posibilidades catastróficas. Me doy cuenta demasiado tarde de que mis nudillos se aferran aún con más fuerza al borde de la bata. Daniel da un par de pasos hacia el objeto. Yo no me muevo. No respiro. Entonces él se agacha. —Ah —dice, con un tono de alivio que me perfora el pecho—. Es un cristal. Probablemente de alguna botella. —Se endereza con el fragmento entre los dedos. Es alargado, con bordes afilados y un tenue aroma floral. Es la tapa rota de uno de mis perfumes. —¿Te cortaste? —pregunta con preocupación, acercándose. Yo reacciono tarde. Muy tarde. Porque aún tengo el vértigo en la sangre, la maldita sensación de ser atrapada. —No, no. Estoy bien. —Respondo
Perspectiva de Cassian.Arielle duerme profundamente, su cuerpo cálido pegado al mío, con su cabello extendido sobre mi pecho como una llamarada de miel y noche. La habitación aún está oscura, aunque ya no completamente. La luz del amanecer se filtra entre las cortinas, dibujando líneas doradas sobre su piel. El silencio es denso, casi sagrado. Solo se escucha el leve suspiro de su respiración y el latido de su corazón, acompasado con el mío.Acaricio su espalda con lentitud, trazando el camino de su columna hasta la curva de su cadera. Me inclino y beso su coronilla. Me fascina verla mientras duerme. Cuando no me mira con esa mezcla de deseo y ternura. Cuando no se disculpa por desearme. Cuando es mía sin excusas.Ella se mueve ligeramente al sentir que me he despertado y su voz emerge entre sueños. —¿Qué hora es? —pregunta adormilada. —Las seis y cuarto —le susurro junto a la oreja. Asiente con un murmullo y se encoge un poco, buscando más calor. Me quedaría así, hundido en ella
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion